La Ciudad de México, una metrópoli cuyo pasado lacustre resuena en el paladar de sus habitantes, enfrenta una encrucijada culinaria. Mientras los “chilangos” mantienen su amor por los sabores del mar en tradicionales buffets, una nueva ola de influencias extranjeras, impulsada por un creciente número de residentes estadounidenses y turistas, está reconfigurando la identidad gastronómica de barrios enteros, generando un debate sobre la autenticidad y el futuro de su cocina.
Un Festín Marino para el Apetito Chilango
A pesar de la distancia con la costa, el amor por los mariscos en la capital es innegable. Para aquellos “de buen diente” que no conocen límites, existen verdaderos paraísos marinos en forma de buffets a precios increíblemente accesibles. La Calzada de la Viga, una vialidad con una profunda herencia lacustre, es el epicentro de esta tradición, albergando una gran cantidad de establecimientos que celebran los frutos del mar.
Entre los más destacados se encuentran La Langosta y El Almirante Buffet, ambos ofreciendo cerca de 50 platillos distintos por un costo que ronda los 210 pesos por adulto. Aquí, los comensales se enfrentan al delicioso reto de probarlo todo: desde caldos y ceviches frescos, hasta mojarras fritas, paella, pulpos, y camarones preparados en todas las formas imaginables. Otro fuerte competidor en la zona es Marisquero, con 45 platillos y sin límite de tiempo, permitiendo disfrutar de aguachiles, cocteles y piñas rellenas por 235 pesos.
Fuera de la Viga, pero manteniendo la promesa de abundancia, se encuentra La Casa Gallega en la colonia Doctores. Este lugar ofrece un buffet a la carta con un toque mediterráneo, fusionando mariscos con sabores españoles y carnes, con platillos como lasaña de mariscos y tostadas de bacalao por 309 pesos. Por su parte, Ando Mareado Mariscos se suma a la oferta con un buffet de 299 pesos que incluye desde tacos estilo Baja hasta filetes en diversas salsas, complementado con promociones en destilados.
La Nueva Ola Gastronómica: ¿Innovación o Colonización?
En contraste con esta tradición local, barrios céntricos y cotizados como la Condesa, Roma Norte y Juárez viven una transformación acelerada. Desde el fin de la pandemia, la llegada masiva de trabajadores remotos, principalmente de Estados Unidos, ha sido implacable. Entre 2020 y 2023, el número de residentes temporales estadounidenses casi se duplicó, alcanzando los 24,000, según informes de El País.
Aunque los ciudadanos de EE. UU. representan menos del 7% de los extranjeros en la ciudad, su impacto ha sido desproporcionado, especialmente en la escena culinaria. Tramos enteros se han remodelado a imagen y semejanza de ciudades como Nueva York. “Son puros bares de vino, bares de cocteles, vino natural, todos estos restaurantes estilo neoyorquino que hacen la misma comida súper conceptual donde solo describen tres ingredientes”, comenta Rocio Landeta, fundadora de la compañía de tours gastronómicos Eat Like a Local. “Llega un punto en que da igual si estás en Nueva York o en la Ciudad de México”.
Pizzerías con estética punk-rock, delis judíos contemporáneos y cafeterías de la “tercera ola” que venden croissants a 100 pesos han comenzado a proliferar entre los puestos callejeros de guisados y quesadillas. Para muchos residentes, esta transformación se siente como una nueva forma de ocupación.
El Sabor de la Discordia
La tensión es palpable. La historia de México, marcada por 300 años de colonización española y una compleja relación con su vecino del norte, alimenta la percepción de que esta influencia es una imposición cultural. “Es una forma de colonización”, afirma Oscar Rodríguez, un vecino de la Condesa, mientras señala cómo la juguería de su barrio ahora ofrece leche de almendras y proteína en polvo. “Los extranjeros llegan con estos tipos de comida diferentes y luego los mexicanos tienden a adoptarlos también”.
Esta percepción es compartida por figuras de la alta cocina. Norma Listman, copropietaria del aclamado restaurante Masala y Maíz, ha declarado que la Ciudad de México atraviesa “uno de los momentos más aburridos en la historia de la comida mexicana”. La crítica apunta a una homogeneización del sabor, donde la complejidad y la tradición local son reemplazadas por conceptos importados que, aunque novedosos, carecen de la profundidad y el arraigo que caracterizan a la cocina mexicana. La batalla por el alma del paladar chilango está en pleno apogeo, y su resultado definirá la identidad de una de las capitales culinarias más importantes del mundo.
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